La epidemia de fiebre amarilla en Jerez en el siglo XIX: una tragedia que marcó a la ciudad

La epidemia de fiebre amarilla en Jerez en el siglo XIX: una tragedia que marcó a la ciudad

El siglo XIX comienza en Jerez con una gran tragedia: una asoladora epidemia de fiebre amarilla. Conoce las medidas higiénico-sanitarias tomadas para evitar su propagación en la ciudad. Descubre los impactantes testimonios de esta tragedia que dejó miles de víctimas. Aprende sobre la historia de Jerez en el siglo XIX y cómo la enfermedad persistió durante varias décadas.

El siglo XIX comienza en Jerez con una gran tragedia: Una asoladora epidemia de fiebre amarilla se propaga desde la ciudad de Cádiz, ciudad a la que había llegado el día 30 de junio de 1800 el navío Águila, procedente de la Habana, en el que habían perecido cinco tripulantes.

En agosto, en prevención de que la misma llegara a Jerez, las autoridades locales ordenan tomar una serie de medidas higiénico-sanitarias a fin evitar su propagación en nuestra ciudad. Dichas medidas incluyen la obligación de todos los vecinos, sin distinción de clases, a limpiar sus respectivas calles de escombros, basuras y animales muertos; animando a todos a encender hogueras por las noches y quemar en ellas tomillo y otras plantas aromáticas a fin de limpiar el aire.

Se prohíbe entrar reses vacunas en la ciudad, así como quemar sus boñigas para hacer fuego y, bajo fuertes sanciones, se prohíbe también, admitir en casas, posadas o mesones a enfermo alguno que venga de Cádiz o los Puertos.

A primeros de septiembre el contagio comenzó a generalizarse iniciándose una gran mortalidad, por lo que las medidas dictadas fueron mucho más severas. Se acordonó la ciudad dejando solamente una entrada en la Alcubilla. Se prohibió la entrada de correos y víveres provenientes de Cádiz.

Un tribunal formado por un caballero veinticuatro, un escribano, un médico y un cirujano, examinaban escrupulosamente a todo el que intentara penetrar en la ciudad por aquella única puerta. Y como el caso lo requería se instalaron dos nuevos cementerios: uno en la finca de las Cuatro Norias y otro en el Tinte, prohibiéndose todo enterramiento en iglesias, conventos o capillas. También se dispuso la preparación de los hospitales existentes con médicos y medicinas necesarias para atender a los posibles apestados. Igualmente, para evitar entristecer aún más al pueblo, se prohibió el toque de campanas en las iglesias. Tanto eran los muertos, que los carros que recogían los cuerpos eran insuficientes, por lo que muchas familias, ante el estado de descomposición de los cadáveres, se veían obligados a enterrarlos clandestinamente en huertos, patios y jardines. Muy numerosas fueron las familias que perecieron al completo, y muchas casas hubieron de cerrarse al no quedar ni un sólo habitante en ellas.

Durante la segunda quincena de septiembre el contagio se hizo espantoso en toda la población, causando enormes estragos entre sus habitantes. No se sabe a ciencia cierta el número de víctimas que causó la epidemia. Las cifras barajadas oscilan entre las 10.000 que daba la Junta Local de Sanidad, hasta las 30.000 que ofrecía el párroco de Santiago. Sin embargo, el estudio documentado del Dr. R. Carrión nos da un total de 5.491 víctimas entre las censadas en el padrón de habitantes; aquí no estarían incluidos los transeúntes o no censados que deberían ser numerosos.

Si tenemos en cuenta que la población de Jerez en ese año era de unos cincuenta mil habitantes, resulta que el once por ciento perdió la vida. Como es natural, la epidemia no hizo distinción entre estamentos o clases sociales. Entre la gente principal de la ciudad, sucumbieron entre otros: el alcalde, el corregidor, catorce caballeros veinticuatro, 42 clérigos y 21 miembros del ayuntamiento.

Los testimonios de esta tragedia son verdaderamente escalofriantes. Carros y más carros cargados de cadáveres camino de los cementerios era la terrible y constante visión en las calles de aquellos aciagos días. El azote se recrudeció en los primeros días de diciembre y no remitió hasta la llegada de los fríos y la lluvia a finales de ese mismo mes; sin embargo, no se logró erradicar por completo la enfermedad, y la misma permaneció azotando a la población de forma endémica durante varias décadas.

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