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Descubre cómo Jerez y otras ciudades andaluzas lucharon contra la fiebre amarilla a principios del siglo XIX. Un vistazo a las medidas preventivas de la época y sus paralelismos con la actualidad.
Lo que Jerez hizo contra la fiebre amarilla
La historia de Jerez de la Frontera, como la de muchas ciudades portuarias, está marcada por las epidemias. Hoy nos sumergiremos en un episodio particularmente impactante: la lucha contra la fiebre amarilla a principios del siglo XIX. Un período donde el comercio traía prosperidad, pero también enfermedades devastadoras. ¿Listos para un viaje al pasado?
El comercio y la fiebre: Una conexión peligrosa
La expansión de las epidemias siempre ha ido de la mano del intercambio comercial. Las grandes concentraciones humanas y la urbanización actúan como un caldo de cultivo perfecto para la propagación de enfermedades. Pensemos en la peste negra, la gripe de 1918, o, como en este caso, los ciclos epidémicos de fiebre amarilla.
En la Península Ibérica, la fiebre amarilla llegó a través del comercio atlántico, un sistema que movía personas, mercancías y, lamentablemente, también agentes patógenos. La intensificación del comercio colonial en el siglo XVIII trajo la enfermedad a los puertos europeos, siendo Cádiz uno de los principales puntos de entrada.
Durante el siglo XVIII, los brotes se concentraron principalmente en Cádiz. Sin embargo, con la liberalización del comercio colonial a principios del siglo XIX, la enfermedad se dispersó geográficamente y aumentó su frecuencia. La fiebre amarilla se convirtió en una de las mayores amenazas para la salud pública en España, afectando gravemente las costas andaluzas durante la primera década del siglo XIX y extendiéndose por todo el Mediterráneo español en las dos décadas siguientes.
Los estragos causados por los brotes de fiebre amarilla, especialmente en poblaciones sin inmunidad, eran comparables a las epidemias de peste de siglos anteriores. Sin embargo, existía una diferencia clave: la fiebre amarilla era un fenómeno esencialmente urbano y costero, mientras que la peste afectaba tanto a ciudades como a zonas rurales. Por ello, el impacto demográfico a nivel nacional de la fiebre amarilla no fue tan generalizado, aunque sí devastador en algunas localidades concretas, como Jerez de la Frontera.
Hasta la llegada del liberalismo en España, el sistema sanitario se centraba en proteger a la población de enfermedades catastróficas o epidémicas. El temor a la fiebre amarilla generó una situación de emergencia sanitaria que impulsó la creación y expansión de las juntas sanitarias, organismos encargados de gestionar las crisis.
Medidas preventivas: Un eco del pasado
En las primeras décadas del siglo XIX, se atribuía la causa y propagación de la fiebre amarilla a factores atmosféricos, miasmáticos y meteorológicos, ignorándose el papel del mosquito Aedes aegypti como vector de la enfermedad. A pesar de esta concepción errónea, algunas de las medidas preventivas propuestas por la teoría médica de la época resultaron ser efectivas. Curiosamente, encontramos paralelismos entre estas medidas y las que se han tomado en crisis sanitarias más recientes, demostrando que algunas estrategias básicas de salud pública trascienden el tiempo.
Como se menciona en un documento histórico de la época, las medidas tomadas en 1803 se basaban en las dictadas por la Junta Mayor de Sanidad durante el ciclo epidémico de 1800. Ese año, España sufrió la primera epidemia de fiebre amarilla con un alcance significativo, afectando a ciudades como Cádiz, Sevilla y, por supuesto, Jerez. Al año siguiente, la enfermedad llegó a Medina Sidonia, y en 1803 a Málaga y Barcelona. El brote de Málaga, que se extendió desde finales de agosto hasta diciembre de 1803, fue especialmente grave, con una alta tasa de mortalidad. Esta situación obligó a las autoridades sanitarias a tomar precauciones para evitar la propagación a otros territorios.
Entre las medidas adoptadas se encontraban:
- Aislamiento de personas y mercancías procedentes de zonas afectadas. Se establecían cordones sanitarios y cuarentenas para evitar la entrada de la enfermedad.
- Limpieza y desinfección de espacios públicos y viviendas. Se creía que la enfermedad se transmitía por el aire, por lo que se promovía la ventilación y la limpieza.
- Control del movimiento de personas. Se restringían los viajes y se vigilaban los puertos para evitar la llegada de nuevos casos.
Si bien es difícil evaluar la eficacia exacta de estas medidas, sabemos que Granada logró evitar el contagio en 1803. Sin embargo, al año siguiente, la ciudad también se vio afectada, aunque con un impacto mucho menor que otras localidades. En 1804, la fiebre amarilla afectó al menos a 25 poblaciones del sur y sureste peninsular, causando miles de muertes. Málaga y Cartagena fueron las ciudades con mayor número de fallecidos.
La historia de la lucha contra la fiebre amarilla en Jerez y otras ciudades andaluzas a principios del siglo XIX nos recuerda la importancia de la prevención y la salud pública. Aunque los conocimientos científicos han avanzado enormemente, algunas lecciones del pasado siguen siendo relevantes en la actualidad. La vigilancia epidemiológica, el aislamiento de casos, la higiene y la información a la población son medidas que han demostrado su eficacia a lo largo de la historia. Este episodio histórico nos invita a reflexionar sobre la importancia de invertir en sistemas de salud pública robustos y preparados para afrontar futuras crisis sanitarias.
La imagen de cabecera: Fumigaciones realizadas en Leganés contra la enfermedad en las dependencias de las tropas españolas retornadas de Cuba (siglo XIX). De Daniel Urrabieta Vierge/ Vicente Urrabieta/ Samuel Urrabieta – Este archivo procede de la biblioteca digital Gallica, y está disponible en línea en https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k6248739j/f5
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