El 1 de noviembre de 1755, la vida en Jerez de la Frontera se detuvo de forma abrupta. Lo que comenzó como el Día de Todos los Santos se convirtió en una jornada de pánico y destrucción a causa del terremoto de 1755, uno de los sismos más devastadores de la historia europea. Aunque el epicentro se situó cerca de Lisboa, sus efectos se sintieron con furia en toda la costa atlántica peninsular, dejando una huella imborrable en el patrimonio jerezano.
La jornada, recogida en las crónicas históricas, relata que a consecuencia de un gran temblor de tierra que ocurrió este día, la solidez de las construcciones más emblemáticas de la ciudad se vio seriamente comprometida. Los relatos de la época ofrecen un sombrío recuento de los daños, que afectaron a algunos de los templos y conventos más importantes.
La jornada del pánico: El terremoto de 1755 y la herida en el patrimonio
Los daños documentados aquella fatídica fecha del 1.º de noviembre reflejaron la inmensa energía liberada por el terremoto de 1755. Entre las estructuras más afectadas se encontraban edificios clave que requerirían grandes esfuerzos de reconstrucción.
El templo de San Mateo, una de las iglesias más antiguas de Jerez, resultó quebrantada en su estructura. La bóveda de San Marcos sufrió un destino similar. Asimismo, parte de la torre de San Miguel, un hito arquitectónico, también se vio dañada, obligando a posteriores trabajos de consolidación.
Pero la destrucción no se limitó a los quebrantos totales. Las crónicas también indican que la torre de la Merced se agrietó, al igual que las bóvedas del Convento de San Francisco y el Convento de San Cristóbal. Estas grietas, aunque quizás menos espectaculares que las roturas, eran un testimonio directo de la vulnerabilidad de las edificaciones ante la magnitud del terremoto de 1755.
A pesar de la distancia de su epicentro, este evento es un recordatorio de la fragilidad del ser humano y sus construcciones ante la naturaleza. El terremoto de 1755 en Jerez no solo fue un desastre físico, sino también un punto de inflexión que impulsó reformas constructivas para mejorar la resistencia sísmica, marcando un antes y un después en la historia urbanística y religiosa de la ciudad.
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