
Descubre la fascinante historia del primer intento de construir un tren en España, liderado desde Jerez de la Frontera en 1829. Un proyecto visionario que, aunque no prosperó inicialmente, sentó las bases para la revolución del transporte en el país.
En el corazón de la Andalucía del siglo XIX, mucho antes de que el humo de las locomotoras se convirtiera en una estampa común en el paisaje español, Jerez de la Frontera ya soñaba con raíles y vagones. Corría el año 1829, una época de grandes cambios y avances tecnológicos en Europa, y mientras Inglaterra ultimaba los detalles de su flamante línea férrea entre Manchester y Liverpool, un visionario gaditano llamado José Díez Imbrechts elevaba una petición que marcaría un hito en la historia del transporte en nuestro país.
La iniciativa de Díez Imbrechts no era fruto de la casualidad. Como hombre de negocios afincado en Cádiz, era plenamente consciente de las dificultades que entrañaba el traslado de uno de los productos estrella de la región: el vino de Jerez. En aquel entonces, las preciadas botas de vino emprendían un laborioso viaje desde las bodegas jerezanas hasta la costa. Primero, eran transportadas en carros tirados por animales a través de caminos polvorientos y, posteriormente, se embarcaban en pequeñas lanchas que las llevaban hasta los navíos anclados en la bahía de Cádiz. Este proceso, lento y costoso, limitaba la eficiencia del comercio y encarecía el producto final.
El ambicioso proyecto de Díez Imbrechts consistía en construir y operar una línea de ferrocarril de apenas 5,83 kilómetros de longitud, uniendo Jerez de la Frontera con la cercana localidad de El Portal. En este punto estratégico, a orillas del Guadalete, se construiría un muelle especialmente diseñado para facilitar la carga y descarga de las botas de vino directamente a los barcos. La idea era revolucionaria para la época y prometía agilizar significativamente el transporte, reduciendo costes y tiempos.
El 23 de septiembre de 1829, el gobierno español otorgó a José Díez Imbrechts la ansiada concesión para llevar a cabo su proyecto. El permiso tenía una duración de 50 años, un plazo considerable que reflejaba la magnitud de la empresa. Posteriormente, esta concesión fue ratificada por una nueva resolución el 16 de julio de 1830, confirmando el respaldo oficial a esta iniciativa pionera.
Uniendo voluntades: La búsqueda de financiación y un nuevo actor
A pesar de contar con la aprobación gubernamental, el siguiente desafío para Díez Imbrechts era conseguir la financiación necesaria para hacer realidad su visión. La construcción de una línea de ferrocarril era una empresa costosa y requería una inversión considerable. En un contexto económico aún incipiente en España, encontrar inversores dispuestos a apostar por una tecnología tan novedosa no era tarea fácil.
Consciente de las dificultades, Díez Imbrechts buscó alianzas estratégicas. Así fue como contactó con Marcelino Calero y Portocarrero, un influyente editor y hombre de negocios sevillano que residía en Londres. Calero era una figura destacada en la comunidad española residente en la capital británica y publicaba una revista en español llamada «Semanario de Agricultura y Artes«. Esta publicación le mantenía al tanto de los últimos avances tecnológicos y económicos, incluyendo, por supuesto, el desarrollo de la construcción de ferrocarriles en Inglaterra, país que lideraba esta revolución industrial.
Marcelino Calero no solo estaba informado sobre los ferrocarriles, sino que también mantenía relaciones comerciales con importantes financieros tanto ingleses como españoles. La visión de Díez Imbrechts y el potencial del proyecto jerezano despertaron el interés de Calero, quien se unió a la iniciativa como socio. Juntos, crearon una sociedad con el objetivo de captar el capital privado necesario para financiar la construcción de la línea férrea entre Jerez y El Portal.
Sin embargo, a pesar del entusiasmo inicial y los esfuerzos realizados, el proyecto no logró el éxito comercial esperado. Las suscripciones de capital no alcanzaron las cifras necesarias para cubrir los costes de la obra. Ante esta situación, y quizás desanimado por las dificultades encontradas, José Díez Imbrechts tomó la decisión de abandonar el proyecto y traspasó sus derechos y la concesión a su socio, Marcelino Calero.
Un nuevo impulso y una concesión ampliada
Con el control total del proyecto, Marcelino Calero demostró una determinación aún mayor para llevar adelante la idea de conectar Jerez con la costa a través del ferrocarril. En lugar de rendirse ante los obstáculos, Calero decidió replantear la estrategia y solicitar al gobierno una nueva concesión ferroviaria con una visión más ambiciosa.
Esta vez, la solicitud de Calero abarcaba la construcción de una línea de ferrocarril que no solo conectara Jerez con El Portal, sino que se extendiera hasta Sanlúcar de Barrameda, El Puerto de Santa María y Rota. Esta ampliación del proyecto buscaba conectar importantes núcleos de población y centros de actividad económica de la zona, aumentando así el potencial de rentabilidad de la línea férrea.
El gobierno español respondió favorablemente a la nueva propuesta de Calero, otorgándole la concesión el 28 de marzo de 1830, aunque por un período de veinticinco años, la mitad del plazo concedido inicialmente a Díez Imbrechts. Esta nueva concesión reconocía la importancia del proyecto y otorgaba a Calero amplias facultades para llevarlo a cabo.
El documento de concesión permitía a Calero y su empresa la utilización de terrenos de propiedad particular y común que fueran necesarios para la construcción de la vía, así como el aprovechamiento de maderas y montes comunales y baldíos para la obtención de materiales. Además, se autorizaba la introducción libre de derechos arancelarios del material necesario para la construcción y el funcionamiento del ferrocarril, una medida que facilitaba la importación de tecnología y equipos desde el extranjero.
La «Empresa del Camino de Hierro de la Reina María Cristina» y el legado pionero
Con el objetivo de gestionar y ejecutar este ambicioso proyecto, Marcelino Calero fundó una empresa que llevaría un nombre significativo para la época: «Empresa del Camino de Hierro de la Reina María Cristina». El anuncio oficial de la constitución de esta empresa se publicó en la Gaceta de Madrid el 31 de agosto de 1830, marcando un paso crucial en la materialización del sueño ferroviario jerezano.
Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos y la visión de estos pioneros, el proyecto de la línea férrea entre Jerez y la costa no llegó a concretarse en aquel momento. Diversos factores, incluyendo las dificultades económicas y los vaivenes políticos de la época, impidieron que se iniciaran las obras.
Finalmente, la gloria de inaugurar la primera línea de ferrocarril en la península ibérica recayó en la línea que unió Barcelona y Mataró, inaugurada el 28 de octubre de 1848. Este hito marcó el inicio de una nueva era en el transporte y la comunicación en España, un desarrollo que transformaría profundamente la sociedad y la economía del país.
Aunque el proyecto de tren español «Jerez – El Portal» no llegó a materializarse en su concepción original, su importancia histórica es innegable. Este intento pionero, liderado desde Jerez de la Frontera, puede considerarse como uno de los primeros pasos, aunque fallidos, para introducir la tecnología ferroviaria en España. La visión de José Díez Imbrechts y la perseverancia de Marcelino Calero sentaron un precedente y demostraron que en Jerez ya se vislumbraba el potencial transformador del ferrocarril mucho antes de que se convirtiera en una realidad palpable en el resto del país.
Este episodio olvidado en la historia local de Jerez nos recuerda el espíritu innovador y la visión de futuro de aquellos hombres que, en el siglo XIX, soñaron con conectar nuestra tierra con el mundo a través de los raíles. Aunque el primer tren no partió de Jerez, la semilla de la revolución ferroviaria española se plantó aquí, en esta tierra de vinos y emprendedores.
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