
Jerez de la Frontera, una ciudad acostumbrada al paso del tiempo, guarda en sus archivos efemérides que, a pesar de su concisión, destilan un aire de enigma. Una de ellas, registrada con la precisión de un notario de la época, nos transporta al día 19 de octubre de 1754. El dato es tan escueto como fascinante: ese día, el Señor Sacramentado de Jerez fue conducido en una solemne «procesión general» desde la venerable Iglesia Mayor hasta la entonces recién inaugurada iglesia del convento Hospital de San Juan de Dios.
¿Qué fuerzas se movieron en el Jerez del siglo XVIII para justificar un traslado de tal magnitud? ¿Fue una fiesta, una necesidad o el culmen de un misterioso designio? En una época donde la fe y la arquitectura se entrelazaban íntimamente, la «procesión general» del Señor Sacramentado de Jerez no fue un simple paseo. Fue un hito que conectó los cimientos de la fe antigua con el futuro que representaba el nuevo hospital.
¿Qué se escondía tras la ‘nueva’ iglesia de San Sebastián?
El Hospital de Juan de Dios, con su advocación a San Sebastián, se erigía como un faro de caridad y un símbolo de la expansión urbana de la ciudad. El registro indica que la imagen se movía hacia su «nueva» iglesia, lo que implica una bendición o inauguración de este nuevo espacio de culto. Imaginen las calles de Jerez: las fachadas de cal, la luz de la tarde del 19 de octubre, y una multitud en un silencio reverencial, contemplando el paso de la Custodia.
El traslado del Señor Sacramentado de Jerez en el año 1754 no solo dotaba de legitimidad al nuevo templo, sino que lo consagraba como un verdadero hogar para la eucaristía, corazón espiritual del hospital. Este acto litúrgico, envuelto en el incienso de la época y el murmullo de las oraciones, era un compromiso público de la ciudad con la obra de la Orden Hospitalaria.
Un vínculo perdurable entre la fe y la caridad
La «Iglesia Mayor», de donde partió la procesión, es probablemente un término que hace referencia a la antigua Colegial (hoy Catedral) o a la Iglesia de San Salvador, o quizás a la imponente Iglesia de San Miguel, todas ellas guardianas seculares de la historia jerezana. El hecho de que fuera considerada la matriz de donde emanaba el Santísimo Sacramento subraya la importancia capital de la procesión.
El paso del Señor Sacramentado de Jerez desde uno de estos templos históricos hasta el convento Hospital de Juan de Dios nos habla de una ciudad en plena efervescencia constructiva y espiritual. Aquel 19 de octubre de 1754, más que una procesión, fue una declaración de intenciones: Jerez colocaba al Cristo en el centro de su labor asistencial. Este episodio, brevemente anotado, resuena hoy como un eco misterioso que nos recuerda la profunda huella que la fe ha dejado en las venas de Jerez.
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