En la noche de clausura de las Fiestas de la Vendimia, cuando el bullicio de turistas y jerezanos llena las calles, un gesto aparentemente pequeño desató un gran debate en el corazón de la ciudad. Mientras las grandes bodegas y el Consejo Regulador promueven fervientemente el uso de copas para realzar los matices de sus vinos, la imagen de un local tan icónico como El Gallo Azul sirviendo Amontillado y Pedro Ximénez en catavinos en las Fiestas de la Vendimia ha generado una pregunta incómoda: ¿es esta una imagen que beneficia a Jerez?
La contradicción que nadie esperaba

En un año en el que el sector enológico se esfuerza por modernizar la percepción del Sherry, destacando su versatilidad y su idoneidad para la gastronomía, el uso del tradicional catavino en un punto neurálgico del centro choca frontalmente con esta estrategia. Expertos y aficionados coinciden en que una copa más ancha permite que los aromas complejos y la riqueza del vino se abran y se aprecien mejor. Servir un Amontillado o un Pedro Ximénez en un catavino limita la experiencia sensorial, enclaustrando unas notas que merecen ser liberadas.
¿Ahorro o descuido?
Esta elección no solo ha suscitado críticas por su impacto en la experiencia del consumidor, sino que también ha planteado una cuestión económica. ¿Realmente hay un ahorro significativo al usar catavinos en lugar de copas más grandes? La diferencia de precio por unidad entre ambos tipos de cristal es mínima, y el impacto negativo en la imagen y la calidad percibida del servicio podría ser mucho mayor. La imagen que un bar de la ciudad proyecta a sus visitantes es crucial, especialmente en fechas clave como las Fiestas de la Vendimia, cuando miles de personas se llevan su primera impresión de la capital del Sherry.
El impacto en la imagen de marca de la ciudad
Jerez de la Frontera lleva años trabajando incansablemente para posicionarse como un destino enoturístico de primer nivel. Un esfuerzo que se refleja en la profesionalidad de las catas organizadas por el Consejo Regulador, donde la copa es la protagonista indiscutible. Sin embargo, este trabajo se ve empañado cuando un establecimiento tan emblemático como El Gallo Azul, que debería ser un escaparate de la excelencia, opta por una vajilla que, aunque tradicional, hoy se considera menos adecuada para apreciar la complejidad de los vinos más viejos. Esto no solo afecta a un negocio concreto, sino que proyecta una sombra sobre el esmero de toda una industria.

En un momento crucial para el sector, la decisión de usar catavinos en las Fiestas de la Vendimia en un contexto tan público pone de manifiesto una brecha entre la estrategia de promoción oficial y la realidad de la hostelería local. El reto para la ciudad no es solo atraer a más turistas, sino garantizar que la experiencia que se llevan sea coherente con la calidad y la ambición que el vino de Jerez merece.
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