¿Es real la seguridad en las Zambombas de Jerez? Analizamos la brecha entre las cifras oficiales y el caos real.

El milagro de los panes, los peces y las multas en Jerez

Resulta fascinante, casi digno de un estudio sociológico de vanguardia o de un guion de realismo mágico, leer las crónicas oficiales que emanan del consistorio tras un fin de semana de Zambombas. Según el relato que la delegación de seguridad traslada a los medios, Jerez vive en una especie de burbuja de civismo prístino, donde decenas de miles de personas se agolpan en un casco histórico cuyas costuras revientan, pero donde, milagrosamente, apenas sucede nada.

Si uno se atiene estrictamente a la última nota de prensa de la Policía Local, la seguridad en las Zambombas de Jerez es un éxito rotundo, casi matemático. Nos dicen, sin que les tiemble el pulso, que en un ecosistema donde se mueven cerca de cien mil almas con el ánimo encendido por el vino de la tierra y la fiesta, solo se han tramitado ocho denuncias por micciones en la vía pública. Ocho. Es una cifra que invita a la risa o a la estupefacción. Cualquiera que haya intentado cruzar la Plaza de la Yerba o se haya aventurado por los callejones que rodean San Marcos sabe perfectamente que el olor que impregna las piedras de nuestra historia no se corresponde con ocho infracciones. Se corresponde con una ciudad desbordada donde el control administrativo ha claudicado ante la marea humana.

Estadísticas de escaparate en una ciudad colapsada

La incredulidad aumenta cuando pasamos al apartado de la seguridad vial. Se mencionan treinta controles de alcoholemia. En una ciudad colapsada, con los accesos saturados y miles de desplazamientos, realizar treinta pruebas es poco más que una anécdota estadística. Es un gesto de cara a la galería para rellenar un párrafo en el comunicado oficial. No es prevención, es maquillaje institucional.

Lo que más chirría de este relato oficial no es ya la escasez de sanciones, sino la desconexión emocional con el ciudadano que vive el caos en primera persona. Mientras la nota de prensa se recrea en detalles específicos, como la detención de un individuo con un trozo de hachís o una inspección en Chapín —curiosamente lejos del epicentro del conflicto—, el jerezano que sufre el «hormiguero» se pregunta si vivimos en dimensiones paralelas.

La «tolerancia obligada» ante la marea humana

¿Cómo es posible que con el centro convertido en un macro-botellón de facto, donde las plazas de la Asunción o el Arenal son alfombradas por vidrios y bolsas cada madrugada, solo se mencione una denuncia por consumo de alcohol en la vía pública? La respuesta es tan obvia que asusta: la Policía Local no está sancionando porque, sencillamente, no puede. No hay efectivos suficientes, ni espacio físico para intervenir en una masa que se mueve por inercia propia. La estrategia ha pasado de ser «mantener el orden» a «evitar que la sangre llegue al río». Se prioriza lo grave —la agresión con botella, la violencia de género— porque lo cotidiano, el civismo básico, se ha dado por perdido durante el mes de diciembre.

La estrategia ha pasado de ser «mantener el orden» a «evitar que la sangre llegue al río». Se prioriza lo grave —la agresión con botella o la violencia de género— porque lo cotidiano se ha dado por perdido. Hablar de la seguridad en las Zambombas de Jerez basándose en estos comunicados es ignorar el grito de los vecinos y el estado de suciedad de los portales. Es vender una marca que brilla en Instagram pero que huele a amoniaco en la calle.

Una gestión que muere de éxito

El Ayuntamiento parece cómodo en esta narrativa del éxito absoluto, donde la cifra de visitantes crece pero los incidentes se mantienen en mínimos. Es el «milagro jerezano». Sin embargo, la incredulidad del que camina entre la muchedumbre no se aplaca con un folio redactado en un despacho. Si el éxito de la fiesta se mide por la cantidad de gente, el fracaso se mide por la incapacidad de admitir que el centro es, por unos días, una zona sin ley.

Continuar enviando estas notas de prensa es tratar al ciudadano de ingenuo. Jerez no es esa ciudad de ocho multas y treinta controles. Jerez es hoy una ciudad que ha muerto de éxito y que sobrevive a sus Zambombas no por una gestión policial impecable, sino por la propia inercia de una fiesta que, de momento, no ha terminado en tragedia mayor. Pero no nos engañen: lo que vivimos el sábado no fue una balsa de aceite, fue un caos que ninguna nota de prensa podrá camuflar.

Imagen de la cabecera generada con IA

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