Más allá de los muros: Las mujeres en los conventos

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Elección de María Josefa de Jesús María como Priora del Convento de Agustinas Recoletas de Cabra en 1811. Libro de gastos del Convento de Nuestra Señora Santa María de las Angustias y Dolores (Agustinas Descalzas Recoletas) (1745-1830). Legajo 1736.

Lejos de la imagen tradicional de la vida conventual, la profesión de las mujeres que accedían a los conventos respondía a muchos propósitos, algunos nos resultarían sorprendentes. A través de nuestros documentos, del Archivo Histórico Provincial de Córdoba, mostramos una realidad mucho más compleja de lo que siempre hemos pensado.

Resistiendo a Trento: Beguinas y monjas rebeldes

El Concilio de Trento impuso un único modelo ortodoxo de vida religiosa femenina, la clausura contemplativa. Se trataba de eliminar las costumbres relajadas. Para ello, se conminaba a la ejecución exhaustiva de los votos monásticos, principalmente la pobreza y la castidad, y se instaba a los superiores masculinos a un estricto control sobre las religiosas bajo la amenaza de la «maldición eterna».

Como es de esperar numerosos conventos opusieron serias objeciones a la implantación de la clausura por motivos económicos, sociales o incluso religiosos. En cualquier caso, Trento puso fin a la última oportunidad de la mujer de desarrollar una religiosidad propia como era el caso de los beaterios, caídos en desgracia desde entonces.

Esa posición pasiva de las religiosas condujo a diferentes reacciones como medio de escape, por ejemplo aparecieron visionarias, pseudomísticas y milagreras por toda la geografía durante el siglo XVII.

En nuestro fondo de Clero encontramos algunas de aquellas resistencias, no tan llamativas y más modestas, que las religiosas oponían a lo dispuesto por Trento.

A los conventos antecedieron los llamados beaterios que tuvieron su origen en los siglos bajomedievales. Se trataba de casas en las que se reunían varias mujeres (beatas o beguinas) para llevar una vida religiosa común. Progresivamente algunos se fueron transformando en conventos, si bien Trento intentó situarlos a todos bajo la regla conventual de alguna de las órdenes existentes, y terminar de ese modo con la posibilidad de que las beatas desarrollasen una forma propia de religiosidad. Como consecuencia quedaron pocos y denostados beaterios, aunque es posible rastrear la presencia de algunos hasta el siglo XIX. En nuestra documentación judicial encontramos un pleito del Beaterio del Señor de la Caridad de Lucena sobre unas tierras desamortizadas.

Fundadoras, abadesas y administradoras: Mujeres con poder

En la fundación de conventos también hallamos mujeres con papeles más o menos importantes. Por ejemplo, Catalina Fernández de Córdoba, II Marquesa de Priego, intervino activamente en la fundación del Colegio de Santa Catalina de los jesuitas de Córdoba y instituyó el Colegio de la Encarnación de Montilla. Además facilitó la fundación del Convento de Santa Clara de Montilla por su hermana, María Jesús de Luna, en 1525.

Una vez fundado el convento, la vida se regía por distintos toques de campana. Todas juntas en el refectorio eran convocadas por un toque de campana para tomar decisiones importantes como compra de tierras, arrendamientos, censos y demás negocios de la institución. La campana era un elemento primordial dentro del convento, y para llamar a cada uno de los cargos existía un toque particular:

«… todas monjas profesas conventuales de el dicho Convento estando juntas y congregadas en el, detras la red de un locutorio bajocitadas y llamadas a son de campana tañida lo hacemos de uso y loable costumbre por nos mesmas que somos presentes y por las demás monjas y adelante fueren de el dicho Convento por las quales y por cada una de ellas prestamos y haçemos voz y cauçión bastante y nos obligamos a que estarán y pasarán por lo adelante declarado so la pena y obligacion de yusoescripta conocemos y otorgamos y decimos…»

En algunos casos las madres abadesas poseían señoríos jurisdiccionales (abadengos) sobre sus territorios, por ejemplo la abadesa de Las Huelgas de Burgos y la de San Clemente de Toledo poseían sendos señoríos de los que obtenían los derechos señoriales.

La clausura impedía a las monjas administrar convenientemente sus bienes por lo que debían buscar un administrador que realizase dichas funciones, en cualquier caso al final de la administración o a la muerte del administrador se realizaba una auditoría de la gestión y se calculaba la diferencia entre lo que debería haber percibido el convento y lo que en realidad había recibido. Esa diferencia se denominaba «alcances» y se reclamaba su pago al administrador o a sus herederos, y si era necesario se llegaba a embargar alguno de sus bienes.

En cualquier caso, había una monja dedicada a la administración. A la clavera, depositaria o provisora le correspondía mantener un libro en el que anotara el recibo (rentas y limosnas) y el gasto del monasterio. A su cargo estaba la provisión de todo lo necesario (tanto de comida como de vestido o calzado) entregándolo a la cilleriza, a la que tomará cuentas semanalmente, o a la ropera. Además a su cargo se encontraba una de las tres llaves del arca en la que se guardan las escrituras y el dinero. Las otras dos llaves estaban, una en poder de la abadesa o priora, y la otra era custodiada por otra monja que participara en las labores de gobierno de la institución.

Vida cotidiana: Entre la rutina y la celebración

En ocasiones su rutina se veía interrumpida por la celebración de acontecimientos festivos con motivo, por ejemplo, de la toma de hábito o la profesión de una novicia, que ofrecía un convite a toda la comunidad y a los familiares e invitados, e incluso en algunos casos hasta con lanzamiento de cohetes. Además en algunos monasterios las monjas constituyeron cofradías del santo de su devoción, llegando a costear un retablo, y contratando cada año un predicador para su fiesta.

Desamortización y nuevas realidades en los conventos

Finalmente tras la Desamortización con la consiguiente pérdida de sus bienes, debieron buscar nuevos medios de subsistencia. Unas monjas se dedicaron a la educación de las niñas y otras a la realización de labores para fuera del monasterio (bordados, confección de ornamentos litúrgicos, elaboración de pastas y dulces) con lo que complementaban los réditos de las dotes de nuevas monjas que profesaban.

Para saber más

Documentos

Escritura de censo a favor de la Obra Pía de la Capilla de las Ánimas del Purgatorio de la Catedral de Córdoba, creada por el Inca Garcilaso. (1653). Libro de contabilidad con adquisiciones, redenciones, cartas de pago y alcances de cuentas sobre censos del Convento de Santa Clara de Córdoba (1561-1695). Libro 732.
Juicio verbal a instancia de Simón Molina sobre que el deje de reclamarle un censo por unas tierras en el partido de la Téllez, que pertenecen a Juan Féliz Bueno (1835). Juzgado de 1ª Instancia e Instrucción de Rute. Caja 12 (28).
Libro de gastos mensuales del Convento de Santa Clara de Palma del Río, siendo prior fray Martín Alamillos (1729-1762). Libro 1190.
Hijuela de los bienes que se adjudicaron al Convento de Santa Clara de Montilla, de la herencia de Inocencio López de Ulibarri, por alcances contra el susodicho como mayordomo del Convento. 9 hazas y 3 casas en Montilla. Caja 2272 (31).
Libro de gastos del Convento de Nuestra Señora Santa María de las Angustias y Dolores (Agustinas Descalzas Recoletas) (1745-1830). Legajo 1736.

Bibliografía

Triguero, Carmen Soriano. «Trento y el marco institucional de las órdenes religiosas femeninas en la Edad Moderna.» Hispania sacra 52.106 (2000): 479-493.
Sánchez Herrador, Miguel Ángel. «Catalina Fernández de Córdoba, fundadora del colegio de la Encarnación de los jesuitas de Montilla.» Doña Catalina Fernández de Córdoba y Enríquez: V centenario de la toma de posesión del Marquesado de Priego (1517-2017). Ayuntamiento de Montilla, 2019.

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