Asentado en Sevilla durante años, el fotógrafo Luis Masson amplió su trabajo a ciudades como Málaga, Granada, Córdoba, Cádiz y Jerez.
Con una vida de contornos todavía difusos, Luis Masson (Tours, Francia, 1825- 188¿?) está entre los pioneros de la fotografía en España en el siglo XIX, alojado en la escudería de los primeros maestros que encabezan Charles Clifford y Jean Laurent. Así lo confirma una monumental producción ‒en torno a ochocientas imágenes‒ fijada desde el fondo de un nervio óptico muy vivo.
En ese inmenso carrusel de fotografías de Masson es posible descubrir una Andalucía fijada en copias a la albúmina. Un territorio capaz de contar su historia en un álbum en el que se suceden calotipos y vistas esteroscópicas. Es la novela gráfica de sus ciudades. Una narración capaz de asombrar al espectador que se detiene a mirar cómo era Andalucía a mediados del siglo XIX. Un arco temporal fabuloso en el que se suceden caseríos urbanos desaparecidos, pero que ahora se pueden ‘recorrer’ de nuevo gracias al milagro de la fotografía.
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Del catálogo al completo de Masson sobresalen las imágenes de Sevilla, donde abrió estudio en 1858. Según consta en los padrones municipales examinados por Teresa García Ballesteros y Juan Antonio Fernández Rivero (comisarios de la exposición), con él residían su mujer, Lorenza Simonin Berard, y su madre, Luisa Bene y Bene [sic]. «Retratos de todos los tamaños sobre placa, cristal y papel. Taller de fotografía y daguerreotipo [sic] de Luis León, calle Escobas número 50. La señora Luis [sic] retrata también a señoras», se lee en el periódico El Porvenir.
Asentado en la capital hispalense durante años, el fotógrafo amplió su trabajo a otras ciudades andaluzas como Málaga, Granada, Córdoba, Cádiz y Jerez de la Frontera, además de Gibraltar, en un intento por explotar el interés por las vistas urbanas y monumentales. Se trataba de atender la demanda de un público atraído por conocer nuevos paisajes, nuevas localizaciones y sus monumentos más importantes y, de paso, tomar posición en una línea comercial sin tanta competencia como la realización de retratos.
«Desde sus inicios sería la realización de vistas y monumentos, y en menor medida la reproducción de pinturas, las facetas en las que invirtió mayores energías pues eran actividades menos extendidas entre los fotógrafos del momento al ser productos de precio elevado que podían no encontrar la clientela adecuada», señalan García Ballesteros y Fernández Rivero en la monografía Descubriendo a Luis Masson. Fotógrafo en la España del XIX (Ediciones del Genal, 2017).
En sus visitas a Málaga, Masson realiza numerosas fotografías panorámicas, algunas de ellas tomadas desde el castillo de Gibralfaro, la Alcazaba o, en una búsqueda de originalidad, desde el mirador del Calvario, al norte de la ciudad. Para las vistas urbanas, eligió edificios altos orientados hacia plazas o espacios abiertos, como las de la plaza de la Merced, en la que se aprecia el desaparecido convento de Santa María de la Paz o la Alameda, con un primer plano del recién terminado puente de Tetuán.
El fotógrafo dedicó, a su paso por Granada, un número importante de instantáneas a la Alhambra y a sus dependencias interiores. Destaca, entre ellas, el Patio de los Leones, del que hay localizadas hasta 17 imágenes diferentes, algunas de ellas muy bien resueltas a nivel de luz y composición. Desde el monumento nazarí, toma fotografías de la catedral y su entorno, con la cuesta de Gomérez en primer término, y del barrio del Albaicín, rematado al fondo y a la derecha por la iglesia de San Nicolás.
De igual forma, las fotografías de Masson en Córdoba se centran en la Mezquita Catedral, donde sobresalen las imágenes de su interior ‒con el majestuoso bosque de arcos y columnas‒ a causa de su gran dificultad técnica. La notable ausencia de luz requería un largo tiempo de exposición que daba lugar a que el colodión se secara sobre la plaza, inutilizándola. También se detiene a fotografiar el puente romano, con una manada de vacas en primer término, el molino de la Albolafia y la panorámica desde la Fonda Rizzi, en la que probablemente se hospedó.
Por su parte, Masson visitó Cádiz en varias ocasiones, tal como demuestran las distintas vistas de la Catedral desde la Torre Tavira, ya que, mientras en algunas se aprecian claramente las obras de la cúpula, en otras se observa totalmente concluida. En formato grande se conserva también una vista de dicho templo tomada desde algún edificio cercano, y en la versión estereoscópica, unas tomas de la plaza de Isabel II y de la Alameda de Apodaca, en la que toda la mitad inferior se destina al pavimento en una búsqueda de profundidad.
Vínculos con el duque de Montpensier
Al margen de las mencionadas, Sevilla fue con diferencia la ciudad más fotografiada por Masson, llegando a alcanzar la mitad de su producción. Con sus carencias (por ejemplo, apenas aparece el paisaje humano) y sus preferencias (abundancia de los principales monumentos: el Alcázar y la Catedral), la variedad de su catálogo sevillano se impone como el más competo de la época, con testimonios de la Casa de Pilatos, el palacio de San Telmo, la Torre del Oro, el puente de Triana, la plaza de toros y el Museo de Pinturas, el actual Bellas Artes.
En esta línea, la investigación de Fernández y García sitúa a Luis Masson (al que podríamos identificar con el sujeto que posa en una fotografía en la azotea del Alcázar, con la Giralda al fondo) en la órbita de Antonio de Orleans, duque de Montpensier, quien mantuvo una peculiar fascinación por el joven invento de la fotografía. Así, llegó a ser uno de los principales proveedores fotográficos de la familia aristocrática, asentada a modo de ‘Corte Chica’ en el palacio de San Telmo.
Precisamente, esa vinculación con el duque de Montpensier sobrevuela en la extraña salida de Luis Masson a Madrid, donde se instaló hacia 1867 como «fotógrafo y agente de negocios» en un entresuelo de la calle de Alcalá, lugar inadecuado para establecer allí un gabinete fotográfico. Tampoco ejerció su profesión de cara al público ni publicó anuncio alguno sobre sus servicios. Por todas estas razones, los autores de Descubriendo a Luis Masson sugieren que estuviera cumpliendo en la capital de España alguna misión para el aristócrata.
A esa hipótesis también conduce la desaparición del fotógrafo tras la caída en desgracia del duque de Montpensier a comienzos de la década de los setenta. «Si llegó a tener algún papel, por pequeño que fuera, en las intrigas del aristócrata, o quizás sólo por su inclinación política, aquél era un buen momento para ausentarse de la corte», sugieren los investigadores. Por el contrario, el rastro de las imágenes de Masson llega a Valladolid, Ávila, Salamanca y Burgos hasta llegar a la frontera con Francia, donde se le pierde, definitivamente, la pista.