Un nostálgico recorrido por la infancia de aquellos que nacimos antes de 1975 en Jerez. Recuerdos de una forma de vida que ya no existe.

Si eres de Jerez y naciste antes de 1975, esto te va a tocar la fibra

Para los que nacimos antes de 1975, la vida era muy diferente. Mirando hacia atrás, a veces nos preguntamos cómo sobrevivimos. Éramos la “generación de la espera”, siempre aguardando algo: las dos horas de digestión después de comer, el domingo después del ayuno matutino hasta la comunión, el verano para las vacaciones… Pero, sobre todo, esperábamos a que llegara el momento de salir a la calle a jugar.

Una infancia sin pantallas

Los viajes en coche eran una aventura en sí mismos. Viajábamos en Seat 600 sin cinturones de seguridad, sin airbags, apretujados cinco personas en un espacio reducido durante horas y horas. Y llegábamos. Las bicicletas no conocían los cascos y, sin embargo, recorríamos kilómetros sin mayores percances. Nuestras casas no tenían protecciones para niños en armarios o medicamentos. Simplemente, aprendíamos a tener cuidado.

Nuestros parques eran de metal, con columpios de esquinas puntiagudas. Jugábamos a ver quién llegaba más alto, quién corría más rápido, quién era el más valiente. Las caídas y los rasguños eran moneda corriente. Nos rompíamos huesos, nos astillábamos dientes, pero no había leyes ni culpables. Era parte del juego, parte de la vida.

Salíamos de casa por la mañana y no volvíamos hasta que se encendían las farolas. Nadie nos localizaba. No existían los móviles. Quedábamos con los amigos en la esquina o, simplemente, salíamos a la calle y allí nos encontrábamos. Jugábamos al fútbol con una pelota de trapo, a las chapas, al pilla-pilla, al pollito inglés… Nuestra tecnología punta eran las canicas y una tiza para dibujar en el suelo.

En el colegio, no todos entrábamos en los equipos y aprendíamos a lidiar con la decepción. Teníamos nuestras pequeñas peleas, nuestros “amorreos”, y aprendíamos a superarlos, a pedir perdón, a seguir adelante. Algunos repetían curso porque no eran tan rápidos aprendiendo, sin exámenes de recuperación ni adaptaciones curriculares. ¡Qué horror! (Nótese el uso irónico, sin ánimo de ofender).

Recuerdos que perduran

Los mapas de España eran de plástico, una reliquia comparada con la inmediatez de internet. Las chapas de botellas eran nuestra forma de molestar al profesor, mucho antes de los móviles con politonos. Una caja de 12 lápices de colores era nuestra paleta de 16 bits.

Comíamos dulces sin preocuparnos por la obesidad, aunque siempre había alguno más “rellenito”. Compartíamos botellas de refresco sin miedo a contagiarnos de nada. Leíamos tebeos y cuentos en lugar de jugar con videojuegos. Bebíamos agua del grifo sin embotellar y algunos hasta chupaban la boca del grifo. ¡Quién lo diría ahora!

Íbamos a cazar lagartijas con escopetas de plomillos sin la supervisión de un adulto. ¡Impensable hoy en día! Coleccionábamos cromos de “Vida y Color” y de fútbol. El boli Bic de cuatro colores era nuestro tesoro. Los chicles Cheiw nos ofrecían una variedad de sabores que nos parecían infinitos.

En verano, íbamos a la playa y pasábamos horas bajo el sol sin crema de protección solar con factor 15, sin clases de vela, ni de paddle surf, ni de golf. Pero sabíamos construir castillos de arena que parecían fortalezas. Nos abríamos la cabeza jugando a guerras de piedras y nos curábamos con mercromina y unos puntos. No había a quién culpar, solo a nosotros mismos, a nuestra propia imprudencia.

Tuvimos libertad, fracasos, éxitos y aprendimos a asumir responsabilidades. Crecimos con todo ello. No es de extrañar que ahora veamos las cosas de otra manera. Si tú eres de los de antes, ¡enhorabuena! Comparte este artículo con otros que tuvieron la suerte de crecer como niños, en aquellos tiempos que, aunque diferentes, fueron tan felices. ¡Qué tiempos aquellos!

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