
Cada 13 de octubre se celebra el Día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres (DRRD), una fecha promovida por la ONU con el noble objetivo de fomentar la conciencia global y la acción para mitigar los riesgos. Sin embargo, detrás del brillo de los comunicados oficiales y los eventos conmemorativos, subyace una pregunta incómoda: ¿estamos realmente avanzando en la reducción del riesgo de desastres o simplemente estamos creando una ceremonia anual para recordar lo mucho que falta por hacer? El enfoque crítico nos obliga a mirar más allá de la efeméride y examinar la brecha entre la retórica global y la realidad local.
El abismo entre la meta y la realidad
El problema fundamental es que, a pesar de los marcos ambiciosos como el Marco de Sendai 2015-2030, las cifras de pérdidas económicas y humanas causadas por desastres socionaturales siguen siendo alarmantes y, en muchos casos, crecientes. Los riesgos se están multiplicando, no solo por fenómenos naturales, sino por la combinación de la emergencia climática con la creciente vulnerabilidad social. Si la reducción del riesgo de desastres fuera realmente una prioridad transversal en la gobernanza global, no veríamos que, según informes de la UNDRR (Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres), la mayoría de los países que enfrentan un alto riesgo son precisamente aquellos de ingresos bajos y medios, con una alta tasa de pobreza.
Esta estadística es la crítica más dura. Demuestra que la pobreza es el principal factor de riesgo. Un día de concienciación global es inútil si los gobiernos y las grandes corporaciones no invierten de forma masiva y sostenida en infraestructuras resilientes y en la erradicación de la pobreza que obliga a millones de personas a vivir en zonas de alto peligro.
De la conciencia a la inversión real
La principal deficiencia del Día Internacional de la Reducción del Riesgo de Desastres no es su intención, sino su impacto práctico limitado en el día a día. Se necesita un cambio de paradigma: pasar de la cultura de la reacción (ayuda humanitaria post-desastre) a la cultura de la prevención (inversión pre-desastre).
Expertos de la ONU señalan que invertir en resiliencia tiene un sentido económico sólido: por cada dólar invertido en prevención, se pueden ahorrar seis en recuperación. Sin embargo, la gobernanza del riesgo de desastres sigue siendo débil en muchas naciones, faltando voluntad política y la integración del análisis de riesgos en la planificación del desarrollo urbano y la inversión pública.
Además, el papel del cambio climático agrava cada año el panorama. Los fenómenos extremos son más frecuentes e intensos, y si no se abordan las causas subyacentes de la crisis climática de manera urgente, todos los esfuerzos serán como poner un parche a una tubería rota. La fecha del 13 de octubre debería ser, por tanto, una jornada de autocrítica y de exigencia de rendición de cuentas a los líderes mundiales sobre sus compromisos reales, no solo un día para compartir mensajes emotivos en redes sociales.
La próxima vez que veamos el calendario y se acerque el 13 de octubre, recordemos que la verdadera medida del éxito no está en la cantidad de tweets que se publiquen, sino en la reducción efectiva de la vulnerabilidad de las comunidades más desfavorecidas. Solo cuando las pérdidas de vidas y los daños económicos dejen de aumentar, podremos decir que la reducción del riesgo de desastres ha pasado de ser un lema a ser una realidad.
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