
Jerez de la Frontera, cuna de tradiciones flamencas y de una riqueza cultural que pocos lugares pueden igualar, está viviendo una transformación que no todos celebramos. Las zambombas, ese encuentro íntimo y festivo que antaño se disfrutaba en los patios de vecinos, se han convertido en eventos masificados, despojados de la esencia que les daba su encanto y autenticidad.
¿Dónde quedaron las zambombas de antaño?
Hace apenas unas décadas, las zambombas eran el alma de los barrios jerezanos. En los patios de vecinos, las familias y amigos se reunían en torno a una hoguera, compartiendo villancicos, pestiños y copas de anís. Aquella cercanía, aquel calor humano, transformaba cada reunión en una experiencia única y profundamente jerezana. Pero hoy, la comercialización y la masificación han convertido esas entrañables reuniones en espectáculos multitudinarios que invaden plazas y calles del centro histórico.
Anoche tuve la oportunidad de asistir a una zambomba en el Centro Cultural Flamenco Don Antonio Chacón. Fue una experiencia distinta, en un recinto cerrado, sin masificaciones ni el bullicio que, lamentablemente, suele acompañar a las zambombas en las calles. La atmósfera de ese espacio cerrado permitió que la música y la tradición brillaran sin interferencias, recordándome cómo eran las zambombas de mi infancia, con su esencia intacta.
El problema que enfrentamos hoy en Jerez no es solo una cuestión de autenticidad cultural, sino también de convivencia ciudadana. Las zambombas callejeras, tal y como se desarrollan actualmente, generan ruido, suciedad y un caos logístico que afecta tanto a los vecinos como al propio patrimonio del centro histórico. Quizá sea hora de replantearnos su celebración y buscar alternativas que permitan preservar la tradición sin sacrificar la calidad de vida de quienes habitan el centro.
Una posible solución podría ser trasladar las zambombas a recintos cerrados y acondicionados. Esto no solo reduciría el impacto en las calles, sino que también podría recuperar el carácter íntimo y especial que las hacía tan entrañables. Imaginemos espacios donde las familias puedan reunirse, donde los artistas locales puedan brillar y donde los asistentes disfruten de una experiencia genuinamente jerezana, lejos de la masificación y el ruido desmedido.
No se trata de prohibir ni de limitar nuestra riqueza cultural, sino de protegerla y encauzarla. Las zambombas de antaño nos enseñaron que la magia no está en la cantidad, sino en la calidad. Jerez merece recuperar esa magia, y los jerezanos merecemos volver a disfrutar de nuestras tradiciones en su máxima expresión de autenticidad.
Es hora de reflexionar sobre el rumbo que queremos para nuestras zambombas. ¿Queremos espectáculos masivos que desdibujen nuestra identidad o preferimos regresar a las raíces y preservar la esencia de lo que realmente somos? La decisión, al final, está en nuestras manos.