Revive uno de los momentos más oscuros de la historia de Jerez a través de la mirada de Bachiller Sansón Carrasco. El 8 de septiembre de 1957, la ciudad estuvo al borde del desastre.
A los vecinos más mayores de la barriada la Constancia y Barriada de España al contarlo aún se les nota el miedo en los ojos, el horror, la incertidumbre, el pánico, en definitiva, el no saber que lo que podía pasar.
La policía municipal no tuvo más remedio que evacuar ante el fuego que se propagaba rápidamente hacia los depósitos de Campsa. Los vecinos lo tuvieron que dejar todo, algunas personas se fueron con lo puesto, en pijama, a medio vestir, el miedo, el olor a quemado, la visión del humo y el terror a que explotaran los depósitos de combustible les hacía correr más rápido para ponerse a salvo. La policía municipal puso un control en la Calle Zaragoza, junto a la Plaza Aladro, no podía pasar nadie, solo salir. El peligro que exploran era inminente. Podría haber sido algo peor que la explosión de Cádiz de agosto de 1947. Mucho peor. Gracias a Dios y a todos los que ayudaron solo fue un susto, muy grande, pero un susto, que aún perdura en la memoria de los más mayores de las dos barriadas.
En aquella época se conocía a la zona como Ronda de Santo Domingo, hoy, Calle Martín Ferrador, como todo en Jerez, ha cambiado mucho en 62 años, en aquellos años, finales de los 50 del siglo pasado, no existía ni Mercadona, ni la guardería ni por supuesto la gasolinera. En aquellos años esa zona era lo último de Jerez, más allá solo las vías del tren, a ras de suelo y campo.
Donde hoy está la guardería, El Golfillo y Mercadona existía una aserradora y almacén de maderas, se llamaba Aserradora de Argudo (los dueños eran José Argudo Rivero, Patricio Garvey y José Bohórquez) y en donde está la gasolinera Repsol y el Parque de Bomberos, estaban unos depósitos de Campsa. Enormes depósitos de combustible. Donde había almacenados más de cinco millones de litros de combustible. Esto extremaba la gravedad del siniestro, que, de alcanzar dichos depósitos, significaría una grave catástrofe para Jerez.
En la mañana del 8 de septiembre, domingo, nadie sabe como ni porqué, empezó el desastre a eso de las 12:15, el guarda dio la alarma de lo que pudo ser una gran tragedia. Las llamas pudieron ser detenidas solo a 15 metros de los depósitos. Un verdadero milagro.
En el lugar se almacenaba gran cantidad de madera que al ser presa de las llamas ofrecían un pavoroso espectáculo. El fuego tomó desde el principio grandes proporciones, alcanzando las llamas gran altura.
El pueblo de Jerez respondió ejemplarmente al llamamiento que las autoridades municipales hicieron desde Radio Jerez y cientos de personas trabajaron sin descanso en la extinción del siniestro para evitar a Jerez una catástrofe de proporciones enormes ya que la fábrica siniestrada, como he dicho anteriormente estaba a muy poca distancia de los depósitos de la Campsa. Con heroísmo sin igual, de esos que solo se saca cuando uno está pegado a la pared y con la espada en el pecho, los voluntarios estuvieron continuamente refrescando los depósitos con mangueras de agua, labor en la que colaboró también el personal de la Campsa, fuerzas de orden público y del ejército y los bomberos de Aeródromo de La Haya (hoy Aeropuerto Internacional de La Parra), que trabajaron sin descanso durante horas. Al llamamiento desde Radio Jerez también acudieron camiones del Servicio Contra Incendios de la Base Naval de Rota, del Arsenal de La Carraca, de San Fernando y de otros puntos de la provincia. Fuerzas de la Guardia Civil, de Policía Armada (hoy día Policía Nacional), de la Policía Municipal y voluntarios estuvieron trabajando desde los primeros minutos. Algunos tractores abrieron cortafuegos, en los terrenos cercanos a la aserradora para evitar que las llamas se propagaran con mayor rapidez.
Los trabajos conjuntados de todo este personal consiguieron, tras enormes esfuerzos, abrir un camino entre la aserradora siniestrada y los depósitos de Campsa, alejando así la enorme y gravísima amenaza que se cernía sobre Jerez, y empleándose más tarde a los trabajos de extinción y aislamiento del fuego.
Pese a los esfuerzos y voluntad de todos los que ayudaban, algo providencial ocurrió. Algo que algunas personas tachan de milagroso, un cambio de viento, el viento soplaba hacia los depósitos de combustibles, gracias a este cambio de viento la tarea de extinción fue más fácil.
Por no existir en las cercanías tomas de agua (recordar que aquello en esa época, era campo) y agotarse rápidamente la de los pocos pozos que había, se hicieron muy penosos los trabajos de sofocamiento del fuego, teniendo que ir los coches tanques al centro de Jerez por agua.
Sobre las 4 de la tarde, se localiza donde se originó el incendio, aunque continuaba ardiendo las maderas almacenadas en la aserradora, que hubo que dejarlas que se fueran convirtiendo en cenizas, destruyendo gran número de maquinas madereras.
Las pérdidas fueron enormes, se estimó que fueron más de veinte millones de pesetas de la época.
En los puestos de socorro montados en los alrededores fueron atendidas numerosas personas, todas ellas participantes en las labores de extinción del incendio, otras personas fueron evacuadas a centros sanitaros de la cuidad. Los puestos de socorro estaban atendidos por personal de la Cruz Roja y personal sanitario del ejército, así como médicos y practicantes (hoy enfermeros) civiles de la ciudad y pueblos cercanos que acudieron en gran número ante las llamadas de socorro de Radio Jerez.
Los heridos ascendieron a unas 50 personas entre heridas de diversa consideración y quemaduras.
Merece destacarse la actuación de un numeroso grupo de sacerdotes haciéndose resaltar en particular el esfuerzo hecho por el subdiácono Eliseo Vicente que al frente de un grupo de seminaristas y sacerdotes actuó como un bombero más.
El alcalde don Álvaro Domecq y el primer teniente de alcalde también estuvieron trabajando en la extinción del incendio y el gobernador civil de Cádiz se trasladó a Jerez rápidamente al tener conocimiento del suceso.
De madrugada quedó un retén de bomberos arrojando agua sin parar sobre la inmensa hoguera (ya aislada) de las maderas. El lunes los bomberos continuaron su trabajo de extinción del fuego, que ya no ofrecía peligro alguno.
Días después de este suceso los vecinos de los dos barrios hicieron una peregrinación a la Iglesia de Santo Domingo para dar las gracias a la Virgen de la Consolación, co-patrona de Jerez, para darle las gracias por escuchar sus plegarias y oraciones para que el fuego fuese pronto controlado y no hubiera ninguna víctima mortal, como así fue. Y por lo que todos creían que fue un milagro, que la Virgen intervino en el cambio de viento en el momento más tenso de este suceso, que produjo que las llamas se alejaran de los depósitos de Campsa.
Agradecer a mi amigo Acheron Alabaster sus aportaciones para con esta historia. Un fuerte abrazo y muchas gracias.
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