Descubre la conmovedora historia de Marcelina, una mujer negra esclava en el Jerez del siglo XVI, cuyo destino dio un giro inesperado gracias a un documento notarial.

Hoy nos asomamos a una página olvidada del Archivo de Protocolos Notariales de Jerez de la Frontera, concretamente al año 1541. Un documento del Oficio VIII, a cargo de Luis de Llanos, folio 320 y siguientes, fechado el 6 de mayo, nos revela la singular historia de una mujer llamada Marcelina, una esclava cuya vida, marcada por las dificultades propias de su condición, tuvo un sorprendente desenlace. Gracias al trabajo de Manuel Romero, de la Unidad de Tutela y Difusión del Patrimonio Histórico, podemos rescatar del pasado este relato que nos invita a reflexionar sobre las vidas de aquellas personas que, por su origen o condición, sufrieron las injusticias de otra época. La historia de Marcelina nos muestra las duras realidades que muchas mujeres y personas esclavizadas tuvieron que enfrentar, pero también nos ofrece un rayo de esperanza, un testimonio de que incluso en las circunstancias más adversas, la posibilidad de un futuro mejor podía abrirse camino.

Una donación con condiciones inusuales

El documento que narra la historia de Marcelina tiene su origen mucho antes, en el año 1522. María Adorno, viuda de Pedro de Hinojosa, quien fuera uno de los veinticuatro del Ayuntamiento de Jerez, decidió hacer una donación muy particular al Monasterio de la Concepción de monjas mínimas, ubicado entonces en lo que hoy conocemos como la Plaza de Salvador Allende. Entre los bienes que María Adorno legó al convento se encontraba Marcelina, descrita como su esclava de color negra, una mujer joven de unos 20 años. Hasta aquí, la donación podría parecer común para la época, donde la esclavitud era una realidad aceptada. Sin embargo, la generosidad de María Adorno venía acompañada de una cláusula que marcaría el futuro de Marcelina y su descendencia.

El documento especifica claramente que Marcelina debía servir al monasterio durante toda su vida, realizando todas las tareas que pudiera. Pero lo más destacable es que los hijos e hijas que Marcelina tuviera a lo largo de su vida serían libres desde su nacimiento, exentos de toda forma de cautiverio y servidumbre. Podrían vivir como personas libres, casarse, disponer de sus bienes, y tener la capacidad de comparecer en juicio y moverse con libertad. Esta disposición nos permite entrever la dura realidad de la esclavitud en aquellos tiempos, donde las personas eran consideradas una propiedad, sin derechos sobre su propia voluntad ni sobre el destino de sus hijos. Como bien señala el profesor Mingorance en sus estudios, la situación jurídica de los esclavos era precaria, siendo objeto de compraventa y donación. La cláusula impuesta por María Adorno en favor de los futuros hijos de Marcelina resulta, por tanto, un acto de humanidad poco común para la época.

Cinco hijos bajo el techo del convento

El relato continúa revelándonos un aspecto sorprendente de la vida de Marcelina en el monasterio. El documento de 1541 certifica que, durante el tiempo que sirvió al convento, Marcelina tuvo cinco hijos: Antonio de la Peñuela, Juan Bautista, Jerónima, Clara y Alonso. Resulta llamativo que una mujer esclava, y más aún en un convento de clausura, llegara a tener cinco hijos. Aunque el documento no ofrece detalles sobre las circunstancias de estos nacimientos, podemos imaginar las dificultades que Marcelina debió enfrentar. No sabemos si, para poder mantener a sus hijos, Marcelina tuvo que recurrir a otras actividades fuera de los muros del convento, pero lo cierto es que logró formar una familia en un entorno que, a priori, no parecía el más propicio.

Lo importante es que, tal como había estipulado María Adorno en su donación, el monasterio reconoció a estos cinco hijos como personas libres, criándolos como si fueran propios. Esta acción del convento no solo cumplía con la voluntad de la donante, sino que también servía como una certificación oficial de la libertad de los niños. En una sociedad donde el color de piel podía ser motivo de discriminación y donde los hijos de una esclava negra serían considerados, como mínimo, mulatos, este documento era crucial para garantizar sus derechos y su capacidad de vivir libremente, sin el temor de ser reclamados como esclavos. Para cualquier acto legal, como comprar, vender o simplemente moverse con libertad, se les podría exigir una cédula que demostrara su condición de personas libres, y este documento del monasterio cumplía esa función.

La recompensa a la fidelidad y el buen servicio

La historia de Marcelina culmina con un acto de reconocimiento por parte de las monjas del Monasterio de la Concepción. El documento de 1541 nos informa que, en consideración al buen servicio y la buena voluntad que Marcelina había demostrado hacia el monasterio durante todo ese tiempo, y por ser una mujer cristiana y haber convivido con ellas caritativamente, las correctoras y monjas, con la aprobación del Padre General de su orden, decidieron otorgarle la libertad.

Este acto de manumisión, la liberación de Marcelina de su condición de esclava, fue una recompensa directa por su dedicación y su buen comportamiento. Aunque una persona esclava podía obtener su libertad comprándola, en el caso de Marcelina fue un gesto de generosidad por parte de las monjas. Quizás Marcelina había anhelado durante años alcanzar la libertad, y finalmente, gracias a su trabajo y a la buena relación que estableció con las religiosas, su sueño se hizo realidad. La historia de Marcelina es un testimonio de la complejidad de las relaciones sociales en el pasado, donde la dureza de la esclavitud podía coexistir con actos de bondad y reconocimiento. Su historia, rescatada de los archivos de Jerez, nos ofrece una valiosa perspectiva sobre la vida de las personas olvidadas por la historia oficial y nos invita a reflexionar sobre el valor de la libertad y la dignidad humana.

Imagen de la cabecera © Unidad de Tutela y Difusión del Patrimonio Histórico

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