En el Alcázar de Jerez, la obra de arte más preciada de los duques de San Lorenzo, las Santas Patronas de Sevilla, colgaba majestuosamente en las paredes del palacio de Villavicenso. Estas santas, además de ser patronas de Sevilla, también son las protectoras de la Catedral y su imponente Giralda. La historia de Adonis, un hermoso joven griego, está estrechamente relacionada con estos dos hermanos. Estos cultos, con raíces profundas en Mesopotamia, fueron recreados por los griegos y adoptados por los pueblos helenizados, incluyendo Roma. Las Santas Patronas de Sevilla y la historia de Adonis están unidas por su simbolismo y su relación con la vida y la muerte. Aunque provienen de diferentes culturas y tradiciones, ambos relatos nos invitan a reflexionar sobre la dualidad de la existencia humana y la importancia de valorar cada momento de nuestra vida consciente.

La obra estuvo colgada en las paredes del palacio de Villavicenso en el Alcázar de Jerez, formando parte del patrimonio de los duques de San Lorenzo hasta que, en el siglo XX, dicho palacio fue abandonado y su colección vendida.

Estas santas son patronas de Sevilla y protectoras de la Catedral y su Giralda, porque se cuenta que en el terremoto acontecido un viernes santo, 5 de abril de 1504, gracias a su intercesión, no se produjeron daños en este templo Magno ni en su torre campanario, símbolo mariano de la ciudad.

En la cultura grecoromana, Thanatos e Hypnos eran hermanos gemelos, las personificaciones de la muerte y el sueño, y ambos vivían en los Infiernos. Su elemento iconográfico significativo son las alas: Thanatos las muestra en sus espaldas e Hypnos en las sienes. Los dos son formas de la inconsciencia: el primero es la otra cara de la vida, la muerte, y el segundo la otra cara de la vigilia, el sueño. De ello se desprende que frente a la muerte, la vida esencialmente es consciencia despierta, aunque al otro lado tiene un subconsciente dormido… una moneda de tres caras.

Adonis, un hermoso joven griego, fue preso de estos dos hermanos, porque bajo el influjo de Hypnos, disfrutaba de un dulce y apacible sueño en brazos de su amada, la diosa Afrodita, quedando de ese modo libre de la muerte que le esperaba. Sin embargo despertó, y lo hizo por las llamadas de los cuernos de caza, llamada a la que acudió encontrando la muerte por las heridas de un jabalí durante su cacería.

Tal fue la pena de la diosa Afrodita, que Zeus la complació determinando que Adonis sólo pasase una parte del año en el reino de las sombras, volviendo al reino de los vivos, junto a la diosa, durante la primavera y el verano, simbolizando entonces la fertilidad de la vida y de la naturaleza. La tristeza de su muerte y la felicidad de su resurrección, eran celebradas cada año en primavera con grandiosas fiestas y procesiones que llamaban Adonias.

Estos cultos, con raíces profundas en Mesopotamia, fueron recreados por los griegos y extendidos por los pueblos helenizados, como lo hizo Roma. En la ciudad de Hispalis, en el siglo III se celebraban durante la primavera estas fiestas que loaban la muerte y la resurrección, saliendo a las calles procesiones con imágenes de ídolos que representaban a la diosa Venus, que sufría el dolor de la muerte del joven, y a su amante Adonis, que aunque moría, volvía todos los años del mundo de los muertos.

Eran las mujeres las que protagonizaban estas fiestas, mostrando extremo dolor por su muerte, y celebrando su resurrección como símbolo de fertilidad (plantaban “jardines de adonias” como pequeñas macetas de plantas efímeras, que duraban una octava: en ocho días florecían y morían).

Se cuenta que en Hispalis, en una de estas festividades, la procesión, pasando por Triana, reclamó un donativo a dos jóvenes hermanas de fe cristiana, Justa y Rufina, las cuales ceramistas de profesión, regentaban un puesto abierto al público para la venta de piezas de barro. Ellas, defensoras de su fe, les negaron tal donativo, porque “los ídolos no son nada y sólo hay un Dios”, dijeron.

Cuenta la tradición que las dos hermanas les ofrecieron sin embargo un donativo, si aquellas mujeres tenían necesidad real de limosna, porque la caridad es la mayor de las virtudes cristianas. Con tal enfrentamiento se produjo un altercado donde el puesto de cerámica de las santas mujeres se vino al suelo al igual que la imagen de la diosa, la cual se rompió en pedazos.

Justa y Rufina fueron acusadas de sacrílegas, y Diogeniano, gobernador romano en Hispalis, se empeñó en hacerles pagar tal insolencia y doblegar su fe. Por ello fueron amenazadas con el martirio si no abandonaban su credo. Ante la negativa de ambas hermanas, fueron torturadas al potro y heridas con garfios metálicos, colgadas de sus cabellos y arrancadas sus uñas, pero no sucumbieron al dolor.

Fueron encarceladas y encadenadas, y negadas de comida y agua, pero no sucumbieron ante el hambre y la sed. Debilitadas, se cuenta que el gobernador las mandó descalzas y amarradas a caballos por los caminos ásperos y pedregosos que suben desde Sevilla hasta Sierra Morena, a donde llegaron pletóricas de fe. Diogeniano, aburrido de tal firmeza de pensamiento, las abandonó en la cárcel, donde Justa falleció de cansancio y hambre un 17 de julio del año 287, tras recibir la sagrada comunión de manos del obispo Sabino, el segundo obispo hispalense.

La tradición identifica estas celdas en las galerías subterráneas que se extienden en el colegio Salesiano de la Santísima Trinidad (en la actual calle de María Auxiliadora), en un lugar que llaman “sagradas celdas”. Tras la muerte de Justa, el gobernador intentó infructuosamente que Rufina abandonara su fe en Cristo, y ante su tenaz negativa, la entregó en el anfiteatro a los leones como escarmiento público; pero los leones se tumbaron ante ella y le lamieron las heridas.

Finalmente el gobernador mandó que la degollaran y quemaran, aconteciendo esto dos días después de la muerte de su hermana Justa, un 19 de julio del mismo año 287. El obispo Sabino recogió sus cuerpos y les dio cristiana sepultura en un solar en el que los padres Capuchinos levantaron en el siglo XVII un convento que se alzaba frente a la Puerta de Córdoba, en la actual ronda histórica de la ciudad, en el tramo que conocemos hoy como Ronda de Capuchinos.

El 19 de julio de 2017 se celebraron 1.730 años de dichos acontecimientos, y en el cuadro que recientemente ha sido restaurado por la empresa Ars Nova, del jerezano Fabián Pérez Pacheco, se recoge este momento de la muerte de santa Justa, lánguida, vencida por el cansancio, en brazos de su hermana santa Rufina.

Estas santas son patronas de Sevilla y protectoras de la Catedral y su Giralda, porque se cuenta que en el terremoto acontecido un viernes santo, 5 de abril de 1504, gracias a su intercesión, no se produjeron daños en este templo Magno ni en su torre campanario, símbolo mariano de la ciudad.

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Las Santas Justa y Rufina. Foto: arsnovarestauraciones.es

Por ello, desde el siglo XVI, suelen ser representadas acompañando a la Giralda, pero la sensibilidad romántica, en el siglo XIX, las prefiere mostrar bajo el halo del cansancio y la muerte, como equívoca expresión de un dulce sueño; en ellas vemos no sólo la victoria de su fortaleza en la fe, sino la negación misma a Hypnos y Tánatos, pues tras la muerte lo que ellas esperan, confiadas, es realmente la vida eterna.

La obra estuvo colgada en las paredes del palacio de Villavicenso en el Alcázar de Jerez, formando parte del patrimonio de los duques de San Lorenzo hasta que, en el siglo XX, dicho palacio fue abandonado y su colección vendida.

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